lunes, 27 de junio de 2016

Siempre va a peor... Hasta que no.


Estaba sin hacer nada, y de repente, se me ha caído el mundo encima.
Con los agobios, las carreras y los otros problemas, parece que es más fácil apartarlo todo. Y es mentira.
Acabo de terminar de ver ese capítulo en el que Robin rompe con Kevin, y Ted vuelve a intentarlo "por última vez". Porque no puede dejarla marchar. Porque sabe que en el fondo es ella, aunque no pueda tenerla. 
No recordaba cuánto Ted soy, hasta que he recordado cuánto Robin eres. Especialmente cuando el primero se pone a divagar sobre viajar hasta Rusia en globo y con un ramo de rosas gigante sólo por ella. 
A pesar de todo, estaba bien dentro de lo que cabe, de verdad. Pero entonces he visto una sonrisa, que me parece increíblemente entrañable por cosas que no vienen al caso. Y  he pensado que tal vez fuera una sonrisa que merece la pena conocer. Que tal vez no fuera la sonrisa que me devolviera el sol, pero sí la que me echase un cable con lo de los agujeros. 
Y de pronto, algo ha cruzado mi mente como una flecha, y se ha quedado incrustado en mi lóbulo parietal. Era sencillamente imposible de ignorar. Era incisivo, afilado, y con una impronta tan propia como cuando la luna riela sobre la superficie del mar. 
Es su sonrisa. 
De chico malo, de listillo que siempre se sale con la suya. De vergonzoso. De mimoso. De amor derritiéndose por las comisuras en esas noches que no tenían fin. De mi sonrisa. Esa que no es apta para el mundo, y que sin quererlo resultó tan mía como el hecho de que sea tan gilipollas como Ted.
Y lo he entendido.
Sería tan sumamente cobarde, tan sumamente egoísta intentar taponarme con una sonrisa que no quiero. Que resulte agradable, dócil, placentera... E indiferente. Que en el fondo de todas las sonrisas buscaría sin descanso esa sensación de calor de rallo de sol en medio de un día nublado. Que lo haría hasta el fin de mis días sabiendo de antemano el único lugar donde puedo encontrarla. Y acabaría perdiéndome en muchos fondos diferentes, que a mí me gritan lo mismo: "no soy yo".
Así que ahora no estoy bien. Ni de lejos. Sólo quiero llorar y seguir arrancándome partes del cuerpo, pese a que empiece a parecer un colador. Pese a que termine desapareciendo. Pese a quien pese, o como le pese. 
Cuando has llegado al fondo, cuando no puedes hundirte más... Sólo queda ir hacia arriba. El problema es que la vida parece empecinada en superarse, y hacer que mi situación se pueda venir aún más abajo (sí, en serio, aún más). 
Pero creo (y sobre todo espero) que hasta aquí hayamos llegado, que ya nada pueda ir a peor.
Estoy buscando mis estrellas, y no puedo evitar darme cuenta de que en una esquinita de cada una de ellas estás tú.


sábado, 25 de junio de 2016

Botón de rebobinar.


¿Sabéis eso que dicen de que el universo siempre suele ofrecernos una segunda oportunidad para cada error que cometemos?
Y UNA PUTA MIERDA.
Los errores pueden hacer que respirar cueste tanto como arrastrar cadenas. 
Los errores pueden hundirte en la más absoluta miseria. 
Los errores pueden hacer que todo cambie. En un segundo.
Y raramente para bien. 
Cuando cavas tu propia tumba sin ser consciente, ¿hablamos de suicidio, homicidio o estupidez? ¿O de las tres?
Nunca pensé que podía fallarme a mí misma tanto que me arrepentiría de haberme conocido.
No me malinterpretéis; soy lo que más quiero. Sencillamente hoy no puedo ni mirarme a la cara de la frustración. Ni a la del futuro.  Ni a la de la supervivencia.
Algunos días, vivir es un error.
Y vivirme, ni te cuento.
Y pensar que pensé que me había librado de los 27... 
Se me había olvidado lo que era meterse debajo de la cama, en busca del monstruo que te asegure que nada va a salir bien. Para librarse de éticas y morales. Para perderse entre sus dientes afilados como bordes de hojas de papel.
Porque dormir ya no es descansar, sino escapar. Y cada vez siento mi sueño más lejano, como si no quisiera cargar con el agujero que le dejo cada noche. 
Los errores a la larga son dos cosas: una mirada de decepción en el espejo, o un suspiro de alivio. Depende de su final (si es que lo hay, claro). 
El olvido es un lujo oriental, y yo estoy sin blanca. 
Dar un portazo es un privilegio de quien tenga casa. 
Huir es sólo posible para aquellos que no arrastran "y sis...". 
Así que me voy a dedicar a desaparecer, por si un día me siento tan corpórea que me pesan los rayos de sol.
Ayyyyy, querida mía.
Nunca admitiré cuánto te echaba de menos.

miércoles, 22 de junio de 2016

Limbo.



Ni delante, ni detrás.
Limbo.
No terminas de avanzar y ya estás retrocediendo. 
No terminas de empezar, y ya estás terminando.
¿Cuál es el punto de intentarlo si nada funciona nunca?
Nada. Nunca.
No importa cuánto lo intentes, no hay nada que hacer. Tus aspiraciones, tus sueños, tus metas, todo termina igual de rápido que una noche de fiesta al vomitar. Igual de irremediablemente. Igual de irrefutablemente.
Porque, ¿sabéis? La vida es una mierda. Y es injusta. Y da igual cuánto creas en ti mismo, cuánto luches, cuánto te esfuerces, porque al final, nada depende de ti. Y todo acaba en noches que no lo hacen y ceniza en la boca. Y el que diga lo contrario no ha asomado la puta cabeza por la ventana en ninguno de sus cumpleaños. 
Nada tiene sentido. Si se entiende el agujero del pecho como un sinsentido. Un sinsentido vacío, cavernoso, oscuro e implacable, que no ceja en su constante pálpito, con tal de que no comas, no duermas o                  no                     vivas.
El preludio se ha autocensurado, y las noches en su cama eran tan cortas como un suspiro. 
Tan ásperas como sus manos.
Tan adictivas como su piel.
Esas noches han terminado, y ahora sólo queda el limbo.
Ni delante, ni detrás.
Suspensa entre pesadillas, hierba y nubes. Sin inicio. Sin final. Lancónico y punzante. La tortura definitiva, dicen. 
El mundo se abre a mis pies, y yo sólo quiero una esquinita, donde ser nadie, y coserme a otros para sentir otra cosa que no sea a mí. 
Parece que por bajar aquí abajo voluntariamente, el universo se está cebando conmigo.
Necesito un cigarro. Y lo odio.
Pero cómo negarme nada, cuando la vida me niega tanto. 
La tortura definitiva, dicen, y ni siquiera es el peor de los escenarios posibles.

miércoles, 15 de junio de 2016

Preludio 2: decisiones.




Sé que esto puede llegar a ser la mayor mierda del mundo.
Sé que va a doler a morir.
Sé que va a haber desilusiones (muchas. Todas).
Sé que va a haber más noches de cama fría y lágrimas que queman.
Y puede que al final... Todo se reduzca a cenizas.
Pero.
No quiero las risas sin él.
No quiero las noches de lluvia sin él.
No quiero los árboles sin él.
No quiero el pintalabios sin él. 
No quiero respirar si no es a él. 
No puedo. Y además, no quiero. 
Estoy a punto de cometer un error. Puede que el de mi vida. Ese que no olvidaré aun a pesar de los años que puedan llegar a pasarme por encima.
Y aun a pesar de sopesar, pensar y repensar... Siempre llego al mismo sitio. Al cielo oscuro, infinito, sin estrellas. A la sensación de que pertenezco a tus brazos, sin denominación ni pasaporte, pero por derecho o destino. 
Destino: malas decisiones que puedan dar la casualidad de terminar entre las piernas de un final feliz. 
Si existe la más mínima posibilidad de que algo de esto salga bien... 
Si existe esa posibilidad, tengo que volver. Encontrarte. Y amarte como nadie lo ha hecho nunca, ni siquiera yo. Y vivir sin remordimientos para el resto de mi vida.
Alicia fue la que me enseñó que hay que conseguir seis cosas imposibles antes del desayuno.

Atentos: he decidido.
 Me voy al infierno. 
¿Venís alguno conmigo?

domingo, 12 de junio de 2016

Preludio 1.



Nunca es tarde, dicen. 
Y una mierda.
A mí se me lleva haciendo tarde desde que he encendido el primer último cigarro (hace siete, más o menos), desde que tropecé fuera de tu tejado.
Agrietada. 
Vencida.
Se hace tarde, pero nunca termina de terminar.
No os engañéis, las causas perdidas son para gilipollas adictos al sufrimiento, así que me presento: gilipollas número 1, jodidamente desencantada de conocerte. Si me lees, abandona tus esperanzas de un final feliz (pero no las dejes irse solas; estoy adoptándolas).
Estoy casi segura de que esto es un error.
Estoy casi segura de que nada va a estar bien.
Pero luego los casis se me cuelgan de los huesos durante lo que me queda de vida, y es que no me sale del coño.
El sexo es volátil cuando depende del bar, la copa y los dientes, pero es que ahora depende del humo de sus noches a solas. Y se nos ha quedado tonto. 
Sé que es tarde, pero este es el último cigarrillo, de verdad.
Después me acostaré con su camiseta puesta. Casi no huele a él, así que soy consciente de que va a ser la última noche en que mi subconsciente se sienta en posesión de la verdad mientras alega que está detrás de mí aunque nadie mire para comporbarlo.
Recuerdo una y otra vez todos los últimos que no sabía que eran últimos porque no sabían a éxitus. Pasar de tener el mundo a la inmensidad del vacío en cuestión de días es demasiado incluso para un no-cuerdo convencido. 
Estoy muerta de miedo, y eso tiene menos sentido que todo en general; uno sólo teme perder lo que tiene, y yo ya no tengo una mierda, ¿verdad?
Sigo muerta de miedo. 
He aquí, el comienzo del preludio.