domingo, 12 de junio de 2016

Preludio 1.



Nunca es tarde, dicen. 
Y una mierda.
A mí se me lleva haciendo tarde desde que he encendido el primer último cigarro (hace siete, más o menos), desde que tropecé fuera de tu tejado.
Agrietada. 
Vencida.
Se hace tarde, pero nunca termina de terminar.
No os engañéis, las causas perdidas son para gilipollas adictos al sufrimiento, así que me presento: gilipollas número 1, jodidamente desencantada de conocerte. Si me lees, abandona tus esperanzas de un final feliz (pero no las dejes irse solas; estoy adoptándolas).
Estoy casi segura de que esto es un error.
Estoy casi segura de que nada va a estar bien.
Pero luego los casis se me cuelgan de los huesos durante lo que me queda de vida, y es que no me sale del coño.
El sexo es volátil cuando depende del bar, la copa y los dientes, pero es que ahora depende del humo de sus noches a solas. Y se nos ha quedado tonto. 
Sé que es tarde, pero este es el último cigarrillo, de verdad.
Después me acostaré con su camiseta puesta. Casi no huele a él, así que soy consciente de que va a ser la última noche en que mi subconsciente se sienta en posesión de la verdad mientras alega que está detrás de mí aunque nadie mire para comporbarlo.
Recuerdo una y otra vez todos los últimos que no sabía que eran últimos porque no sabían a éxitus. Pasar de tener el mundo a la inmensidad del vacío en cuestión de días es demasiado incluso para un no-cuerdo convencido. 
Estoy muerta de miedo, y eso tiene menos sentido que todo en general; uno sólo teme perder lo que tiene, y yo ya no tengo una mierda, ¿verdad?
Sigo muerta de miedo. 
He aquí, el comienzo del preludio. 

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