sábado, 25 de junio de 2016

Botón de rebobinar.


¿Sabéis eso que dicen de que el universo siempre suele ofrecernos una segunda oportunidad para cada error que cometemos?
Y UNA PUTA MIERDA.
Los errores pueden hacer que respirar cueste tanto como arrastrar cadenas. 
Los errores pueden hundirte en la más absoluta miseria. 
Los errores pueden hacer que todo cambie. En un segundo.
Y raramente para bien. 
Cuando cavas tu propia tumba sin ser consciente, ¿hablamos de suicidio, homicidio o estupidez? ¿O de las tres?
Nunca pensé que podía fallarme a mí misma tanto que me arrepentiría de haberme conocido.
No me malinterpretéis; soy lo que más quiero. Sencillamente hoy no puedo ni mirarme a la cara de la frustración. Ni a la del futuro.  Ni a la de la supervivencia.
Algunos días, vivir es un error.
Y vivirme, ni te cuento.
Y pensar que pensé que me había librado de los 27... 
Se me había olvidado lo que era meterse debajo de la cama, en busca del monstruo que te asegure que nada va a salir bien. Para librarse de éticas y morales. Para perderse entre sus dientes afilados como bordes de hojas de papel.
Porque dormir ya no es descansar, sino escapar. Y cada vez siento mi sueño más lejano, como si no quisiera cargar con el agujero que le dejo cada noche. 
Los errores a la larga son dos cosas: una mirada de decepción en el espejo, o un suspiro de alivio. Depende de su final (si es que lo hay, claro). 
El olvido es un lujo oriental, y yo estoy sin blanca. 
Dar un portazo es un privilegio de quien tenga casa. 
Huir es sólo posible para aquellos que no arrastran "y sis...". 
Así que me voy a dedicar a desaparecer, por si un día me siento tan corpórea que me pesan los rayos de sol.
Ayyyyy, querida mía.
Nunca admitiré cuánto te echaba de menos.

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