Ni delante, ni detrás.
Limbo.
No terminas de avanzar y ya estás retrocediendo.
No terminas de empezar, y ya estás terminando.
¿Cuál es el punto de intentarlo si nada funciona nunca?
Nada. Nunca.
No importa cuánto lo intentes, no hay nada que hacer. Tus aspiraciones, tus sueños, tus metas, todo termina igual de rápido que una noche de fiesta al vomitar. Igual de irremediablemente. Igual de irrefutablemente.
Porque, ¿sabéis? La vida es una mierda. Y es injusta. Y da igual cuánto creas en ti mismo, cuánto luches, cuánto te esfuerces, porque al final, nada depende de ti. Y todo acaba en noches que no lo hacen y ceniza en la boca. Y el que diga lo contrario no ha asomado la puta cabeza por la ventana en ninguno de sus cumpleaños.
Nada tiene sentido. Si se entiende el agujero del pecho como un sinsentido. Un sinsentido vacío, cavernoso, oscuro e implacable, que no ceja en su constante pálpito, con tal de que no comas, no duermas o no vivas.
El preludio se ha autocensurado, y las noches en su cama eran tan cortas como un suspiro.
Tan ásperas como sus manos.
Tan adictivas como su piel.
Esas noches han terminado, y ahora sólo queda el limbo.
Ni delante, ni detrás.
Suspensa entre pesadillas, hierba y nubes. Sin inicio. Sin final. Lancónico y punzante. La tortura definitiva, dicen.
El mundo se abre a mis pies, y yo sólo quiero una esquinita, donde ser nadie, y coserme a otros para sentir otra cosa que no sea a mí.
Parece que por bajar aquí abajo voluntariamente, el universo se está cebando conmigo.
Necesito un cigarro. Y lo odio.
Pero cómo negarme nada, cuando la vida me niega tanto.
La tortura definitiva, dicen, y ni siquiera es el peor de los escenarios posibles.

No hay comentarios:
Publicar un comentario